En mi castillo de cristal mi voz retumba contra las paredes. Mi energía recorre los pasillos y recovecos intentado encontrar la salida. Mi mente inquieta pasea de aquí para allá buscando en qué ocuparse, en qué llenar el tiempo que antes ocupaban las conversaciones y las risas. Y los interrogantes se cuelan entre mis pensamientos, como la bailarina mira a través de las cortinas del teatro a ver si ha venido su admirador, y el tesorero suda nervioso echando un ojo a la platea por si aparecen los inversores que hace tiempo que no reciben el dinero.
En mi castillo de cristal entra brisa fresca cada día y cada noche se convierte en hedor nauseabundo. Mis ojos miran a través de lejanas ventanas como si el resto de paredes de vidrio no sirviesen para ver el sol. Tengo de todo en mi castillo y no encuentro nunca nada. Siempre soñé con algo así y sin embargo ahora me atrapa y me asfixia, como diciendo “tu lo has querido”. Recorro salones, estancias, abro puertas y más puertas, cajones, miro detrás de las butacas, debajo de las alfombras, tras los muebles y sigo sin encontrar nada. Y mis gritos sordos me vuelven loca y retumban contra las paredes pero se sigue sin escuchar nada. Mi angustia se transforma en cataratas que inundan mis ojos y mis uñas se incrustan en las paredes, atraviesan los tejidos de los sofás, mi dolor se convierte en rabia… mi mente se diluye en algo viscoso, sin sentido. Nada de lo que está pasando tiene sentido, todo es como podría ser y no es.
Dónde quedaron los días en que sentía el sol sobre mi, bailaba bañada en su luz, con los ojos entrecerrados como si viviera en un sueño. Cualquier traspié me sumía en las aguas más frías y oscuras pero resurgía a la luz y todo era brillante y vivo otra vez. Ahora vivo en mi castillo de cristal, donde siempre hay algo entre mi piel y el calor de un rayo de sol, estoy a salvo de esas aguas tenebrosas pero muy lejos de la vibrante fragancia de la brisa exterior…
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