Idioma universal

Estaba esperando el autobús cuando empezó a diluviar, una chica en la parada detrás de mi me ofreció solidariamente que me refugiara bajo aquel techo. Era una chica joven, de unos treinta años, un pelín entrada en carnes, morena con el pelo recogido y vestida de azul marino. Tras ofrecerme refugio, siguió hablando con su bebe, una preciosa niña rubia de 2 años, sentada en su cochecito y con un gracioso gorro de lana multicolor que le apretaba los mofletes para hacerla aún más adorable. Una vez leí por ahí que es bueno hablarle a los niños para que aprendan y desarrollen el lenguaje. Aquella mama, seguía esa doctrina al pie de la letra, iba relatando todo lo que se le pasaba por la cabeza, “mira cómo llueve, menos mal que estamos aquí sino menuda mojadura, mira que le dije a tu padre que se llevara el paraguas, un coche que pasa y espero que no nos salpique, es increíble que tiempo más malo…”

Esto me hizo recordar aquella profesora del barrio de Lavapies, en Madrid, que había decido inventarse un idioma nuevo y empezar su propagación enseñándoselo a su hijo. La mujer tenía dos dedos de frente y no solo le enseñó la nueva lengua sino también el castellano para que el niño no se quedase aislado. La idea le surgió cuando tras vivir en Londres una temporada, se encontraba casos de madres de origines diversos que hablaban en idiomas que nadie local entendía. Los bebes crecían hablando 2 lenguas con facilidad, lo que era un gran beneficio futuro para los chiquillos pero lo que más le fascinaba a aquella maestra madrileña era ese vínculo que se establecía entre la madre y el pequeño, esa cercanía de hablar en un idioma que nadie más entiende. Así que se le metió en la cabeza, inventar un nuevo idioma que fuera su vínculo de unión con un posible futuro bebé.

Era un idioma muy básico, pero a la vez lo suficientemente completo como para comunicarse y entender las necesidades de un niño. Con el tiempo se fue haciendo más complejo, mamá y niño fuero creando un lenguaje a su medida.

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