su mirada siempre llena de cariño, su sonrisa humilde, su cara expectante que lo único que buscaba era verte, sus preguntas a las que más de una vez dejaste sin contestar, sus besos antes de dormir repletos del amor más sincero, su coquetería, su vida llena de recuerdos fantásticos
y necesitas algo o alguien que saque el nudo que te aprieta en la garganta y anhelas un abrazo que consuele el dolor, una mirada que refleje, aunque sea lejanamente aquel cariño
sus manos, un poco temblorosas, que ella hacia sonar como castañuelas al recoger los platos de la mesa, esas manos que me acariciaron tantas veces, que me ayudaron a andar, que me empujaron cuando lo necesité, que me sostuvieron
y el oleaje retrocede un poco, pero hay resaca y el mar arrastra la arena. La misma playa pero nada es igual después de la tormenta
sus mil historias de una vida de casi, casi un siglo, sus secretos que solo aquel día se atrevió a revelar, sus miedos, su grandísima nobleza, su resistencia estoica, su inagotable energía
y el mar empuja de nuevo con fuerza, barriendo la orilla,
su generosidad sin límites, el brillo de sus ojos, sus gestos al mover las pulseras que se agolpaban en su muñeca o sus collares, sus fotos de joven guapísima y rodeada de artistas, en el circo, o en el teatro o sentada en el césped con unas amigas
y los granos de arena resbalan y golpean unos contra otros, mientras el mar se retira, se aleja, deja la playa en calma aunque dolorida y un poco más vacía
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